Escena de la rendición de Almería, Catedral de Toledo
Como todos los años por estas
fechas, la ciudad se despierta, detenida, en un bucle del tiempo.
Y en ese bucle, abierto a la
mirada, los actores principales escenifican, año tras año, su drama.
Pienso que la Historia ya está escrita, que
no contada, el recuerdo no la acerca ni la aleja, ni siquiera la cambia o la
protege; cuanto menos la avala. Nuestra historia está grabada en muros de
hormigón petrificado, con letras de fuego fatuo: ¡letra de batalla! A veces es
preciso contemplarla desde la lejanía, pensarse voz vencida, esa voz que en
silencio, por siempre, fue acallada; esa voz que con signos y runas permite
-aunque a oscuras-, simular el habla cotidiana, conformando un lenguaje ajeno,
de corte surrealista. ¡Ah, vocecilla apenas musitada! Mas… dejemos que la
cuenten sus actores.
ALMERÍA, CIUDAD SITIADA, DICIEMBRE DE 1489
Duerme inquieto el horizonte cubierto de guirnaldas
amarillas. La piedra cobra vida, se lamenta añorando las últimas batallas.
Suena el cuerno en la distancia y la garza se dispone al sacrificio. Almería es
un embudo, la sierra de Alhamilla una amalgama. Salgo del pasado reciente,
rebusco en el futuro, veo un habitáculo de colores matizados, que acoge el
llanto del niño gaseado mientras Auschwitz, en un futuro proclamado, se
engalana cantando a perros disfrazados. La Historia es una fuente
inagotable de patrañas y verdades que escribe el vencedor de las contiendas,
mas… en ella, en su trasfondo, está la historia para ser leída, interpretada o,
con algo de paciencia, intuida, razonada.
Ah, hoy —del 22 al 26—, me siento “cosa” inerme. Noto
que sobran dos hemisferios en mi mochila muda y quisiera compartirlos con el
rocío que cubre las violetas enterrando sonrisas al pie de las estatuas. En
este amorfo día —que derrumba ese cosmos que conocimos hasta ahora—, construiré
para vosotros suspiros y murallas con un viaducto de mármol plagado de cerezas
y destilaré horizontes a la sombra del pulgar. Ubicaré el epicentro en la
córnea del búho y cercenaré las sombras congregadas para evitar contagios.
Penetraré en el misterio del agua cristalina viajando en el tiempo a la
dimensión benigna y engendraré un bosque sin límites ni costas. Seré montaña
hueca cobijando vuestro cuerpo. Quebrantaré las leyes que rigen los universos y
del delicioso légamo de robustos vientres, nacerán las bases de futuros
archipiélagos. Regresaré al espacio donde reposan los pies del hermano, con
sólo dos o tres frases como faroles danzantes. Ah, los niños desprendidos de mi
retina son de metal y sus voces perturban el sueño del unicornio. No busco
conflictos ni teorías de astrónomo, resbala mi lágrima tendiendo las manos,
quiero sembrar en tus rodillas tulipanes blancos y sentar a tu mesa de lamentos
mi lobo amarillo. Tal vez así la claridad ablande tu cutis de piedra y renazca
la obediencia en el cristal oscuro. Soy, confieso, velamen neutro cubierto de
rasguños, amiga del viento, del mar y de la cuna regia. Traigo compromisos en
las yemas de mis muros que claman en la penumbra del frío cósmico. Sólo pido,
antes de desaparecer en el espejo de la memoria, que no tiemble la mano que
acaricia el otoño y que la novena estirpe proteja sus fronteras cuando el señor
de la codicia suelte sus jaurías.
DON FERNANDO
Miro de nuevo hacia atrás, soy el eterno príncipe
roto, consorte imaginado, encadenada prosa de la Historia; yo soy el
rey Fernando, unificador de la tela de araña. Alejo sombras de otras vidas
presentes, pasadas, futuras, desatomizo el alma, recompongo el cuerpo y
programo una mano que acopla en su interior la espada portadora de palabras.
Hundo el magín en el olvido y planto lilas en la frente del dinosaurio para
aliviar la sed de las pateras grabadas en el ojo del patético inmigrante.
¡Carpe diem, hermanos de la triste sonrisa, perdidos en la resaca de la mirada
africana! No seré yo el que os tienda la mano en el presente pero bien que me gustaría
hacerlo en el pasado. Ah, el bien más preciado es la vida aunque para algunos
signifique un ensayo para la tortura. Cuesta mirar la luz habiendo tanta
sombra, entorpece el vuelo de la grácil golondrina, el hombre dormido cruza la
lluvia… un perro ciego sacude el paraguas en busca de alimento. ¡Voto a tal!,
este sol insolente me está volviendo loco. Prosigo: Asomado a los silencios
castellanos dibujados con carbón, perdido entre la bruma, el destino y la
vorágine, degollando círculos que llevan a las colinas, vivo la muerte del río,
soy agua que se sume en el lamento. Refugiado en la ribera vuelvo a los
orígenes, nazco montaña sin voz y mis pies, aferrados al cieno del pasado,
hunden sus raíces en los muros del inicio buscando a su Creador en la cercana
hierba que jamás vislumbro. Solo sombras besan mis labios de tierra y nadie
responde en la cumbre celeste.
DOÑA ISABEL
Los seres del abismo golpean inquietos los cerrados
cajones de mi cerebro. Ya soy Isabel, reina toda, sin fisuras ni altibajos.
Nadie, nunca, conseguirá tener un verso mío. Jamás revelaré en palabras lo
oscuro de mi sangre, mis ansias, ni mi alma. Arrancaré jirones al tiempo vivido
hasta que el Señor me lleve a hermanar mi nacimiento con el de mis ancestros.
No buscaré el final que me tienen reservado los dioses aunque me sé heredera de
la cábala. Ni, como decía Horacio, me dedicaré a investigar los cálculos de los
astrólogos babilonios intentando imitar la ansiedad de los signos. No dejaré
que el tiempo me quite tiempo ni responderé al guiño malicioso de los
infiernos. Daré paso a la ensoñación primaria con que se amamantó mi pecho y
cantaré al alba, pero a solas. Del tumultuoso caos que latiga el inconsciente,
brotará un lienzo de conquistas sin sentido, entrelazando pendones y paisajes
momentáneos con axabebas moriscas y jasjas deshilachadas, producto del pánico y
la barbarie de los que soy devota. Mi bitácora íntima penetrará la remota
estrella buscando a Ulises en la galaxia ignota de su soñada Itaca enmohecida.
Del volcán rugiente de mis guerras externas extraeré los pétalos con que
construiré la fecunda espada de la fantasía individual que me es negada y
recrearé un jardín con la sonrisa antigua de mis estigmas, plantando con mis
dedos inviolados lirios azules, con mi boca la rosa de los vientos, cubriendo
de abejas el jazmín de mi pelo ruboroso y, por último, rociaré con dulces gotas
de rocío mi labio, humedeciendo el sórdido talle donde está inscripta la brutal
runa de mis otrora contenidas lágrimas.
EL ZAGAL
Ah, sino adverso. Me esquivas sin que pueda llamarme a
engaño. Los hados y las musas se han volatilizado. La cigüeña ya no anida en el
campanario donde plantó el profeta su plegaria primera. Llega un tiempo harto
proclamado, las máscaras van cayendo, una tras otra, y aflora la realidad de la
montaña de arena, yacente en el regazo de la mujer lapidada. El sol declina en
vertical sobre el horizonte ajado y una lágrima de plomo derrite la escarcha
golpeando las rocas de los acantilados. Queriendo escapar del inapelable
destino, las cigarras acallan su canto nocturno y el silencio penetra en el
laberinto del sueño. Seguimos dando bocados al sentido originario del verbo.
Hoy, para salvar lo poco que resta de mi orgullo, rendiré mi alcazaba, mi
honor, mi gloria y mi fama. Triste final me aguarda. Mejor, rescataré mi sueño:
sí, me despierto en las fauces de un mundo de amapolas, donde el centauro ama
dulces sirenas de pechos salados emergiendo de un bucle del tiempo pasado,
entre grillos, saltamontes y canarios. Hay innumerables caricias, susurradas
por árboles danzantes, que cantan a la imagen del lago de porcelana, gotas de
agua persiguiendo al vidrio tibio en un estanque donde el tiempo acaba y
recomienza, allá donde pernoctan los peces color armadura; mutantes que imitan
lo procaz del aluminio. Ah, temo aproximarse a la orilla del libro de mis
siempres y encontrarlo vacío, vilmente apuñalado por efímeros violines de
abecedario.
YAHYA AL NAYAR
Soy el del manto regio, el almeriense andante. Yo soy
Cidi al Nayar, infante de Almería, traidor para los míos, un héroe para el
godo; un hombre que se busca tras un vórtice inconcreto sin terminar de
hallarse. Ah, hoy cabalgué con un relámpago enmascarado, incorporando magia a
mis requiebros. Mas no puedo contenerme, he descubierto la epidermis del
oráculo junto a un viejo rapsoda que templaba su lira peinando la brisa del mar
tenebroso. He orado como los griegos, erguido, he sido columna colosal que
alcanza el firmamento, he borrado los ángulos, serenado la mirada y mi ensueño
poético ha superado a la bestia; soy juglar de la propia inconsistencia que me
ata y libera. Ya me sé destino y por tanto la muerte no aporta nada nuevo a mi
pupila. Donde yo habito no hay negra tiniebla, ni blancas palomas, he echado
los cerrojos de mi celda y si llega mi fin es porque ya no estoy atado a la
ilusión de la vida pasajera. La muerte nada tiene que ver con los vivos ni con
los muertos; en la terca metáfora del Destino del hombre, la figura recreada es
él mismo. Carpe diem, me digo, el destino del hombre es vivir, la verdad es
imaginaria, la imaginación verdadera, la alegría de vivir quita espacio a la
destrucción socavando los templos de la intolerancia y marcando el sendero que
reposa en el átomo que lleva a la cima en que atrapo a los vientos. ¡Carpe diem!
—si te dejan.
GENTES DE ALMERÍA
Me refugio en las murallas de la asediada Almería y me
hago centenario andalusí que implora; ya soy el miedo y la prudencia, el fragor
de la lava que el volcán pasional me arroja, soy el vate de una tierra
castigada que fue reina, que fue esclava y que, presiento, será ultrajada hasta
los cimientos, sea por el peso de las armas, sea por razones inconfesables que
a nuestra razón escapa. Miro las ácidas paredes encaladas, penetro su morada
convirtiéndome en espejo que denuncia carencias y mariposas. Brilla el sol pero
el frío sacude las baldosas invocando demonios y plegarias convalecientes,
¿persiguiendo —quizás— herejes a la luz de la luna? Veo cómo se desploma el
halcón herido por la fábula, agitando sus alas, defendiéndose del tránsito
cotidiano. Brota en su frente la sangre de la ofensa y el maltrecho cuerpo se
diluye entre arenales, quedando un anillo de dorado reflejo flotando en los
ladrillos del recuerdo. Llegará ¿llegará?, el día en que los buques copulen en
el ancho delta del gran río y una vez discutidos, flagelados los efluvios,
lamenten la oscuridad del viejo epistolario.
Hurgando en el presente presiento que ha llegado el
crudo invierno. Encopetados gentilhombres discuten las medidas del acuerdo,
muchos maravedíes ruedan de mano en mano, prebendas y ducados a mansalva,
pueblos rindiendo sus plazas al paso de los reyes, ¿un mundo que se acaba? El
Zagal por un lado, Isabel y Fernando por otro; el menú principal está en
Granada, lo saben, todos, unos y otros están al tanto; un festín ya cocinado,
listo para ser servido en apenas unas jornadas. Lo de menos es el pueblo, ni
siquiera la tropa, los heridos, los muertos, el cansancio acumulado. La ciudad
es una mancha blanca y parda, su importancia secundaria. Es política de altura
donde el menesteroso nada cuenta, es comparsa, figura inacabada, presencia
insoslayable mas inerme, convidado de piedra en la paz; figura de relieve y de
fácil reemplazo en la guerra, en la batalla. ¿Es esta, señores, la gran
tragicomedia de la vida? Pues… ¡Que siga, que no pare, que prosiga el
espectáculo!
Se desvanece el efecto del maquillaje en la ciénaga,
el aire se pierde en dirección al desierto buscando la nieve que
desprenden las alcobas. Un mirlo gorjea las sílabas de tu nombre picoteando la
cabeza de vidrio de la dormida botella. La tarántula ensaya su ebria sonrisa
macabra, constelando sin prisas el cambio climático y allá en lontananza un
país enfermo agasaja a fantasmas ofrendando su savia; bestias condenadas a
vagar hasta el alba en berbería, manipulados genes non gratos ocultos en el
arca perdida, plantando pezuñas en la transparente tumba de los elefantes.
¿Está llegando el momento en que debemos utilizar la mecánica del amor para
salvar sus símbolos? A veces noto que el verso se rebela, tiembla, gime, rehúsa
hacerse prosa, escapa al zodíaco refugiándose al calor del seno de una zagala,
allí ablanda el dolor en la carne transpirada, prefiere vivir encadenado al
círculo doméstico recogiendo el latido de una primavera sin murallas,
semiescondida en los tibios muslos de la inocencia aparente. Es la hora de
ahuyentar a las termitas de plástico disfrazadas de tragaperras sónicas, de las
torpes garras de una futura VI Flota. ¿Confiamos en la Providencia? Del
estiércol brotan la azucena y la madreselva, un par de milenios más y gozaremos
en la rueda luminosa.
Creo ver en el fondo de unos ojos y escucho ramas
procedentes de bosques lejanos, ¿es el instante en que los niños silencian los
hielos maternos? Un mar agitado escribe leyendas en la sangre y abruma a las
aves con humaredas de estrellas. El chapoteo incesante de vientres desnudos
ahoga los ecos pedestres, perforando los tímpanos secos de faunos agonizantes.
El bramido apátrida sacude las telas metálicas enfrentando hermanos en un jardín
de leones, sin más fundamento que un tenue escorzo de magnesio bruñido con
odios circulares danzando en torno a la evanescente noria, allá en la alcazaba.
Ah, tierra mía, pintaré para ti un cielo bañado de espejos, con tintes sutiles
y pinceles de aire salino para no empañar tu piel de manzana. Modelaré este
heredado fuego interno, de bucles imaginativos, a la sombra de un Cosmos
constelado. Ojearé recuerdos vidriosos de cada fragmento de tiempo, enmarcando
la luna con metáforas absortas, rozando el bacanal de lo superfluo.
Musicalizaré, en susurros, los cándidos amores inventados, cincelando en el
verso mil jarchas y moaxajas. Después, levitaré por la senda luminosa de la
paradoja, allá donde jamás se agota el campo de lo posible, luchando contra el
flagelo para encontrar al otro, al semejante, a ti, a mí; al Todo. Ay, amada,
al fin, ¿será ya tarde?, he comprendido que todos los nombres de ayer, de hoy,
de siempre, incluso el de esta fábula llamada Reconquista… ¡se llaman
Esperanza!
Antonio García Vargas