miércoles, 19 de febrero de 2014

REINO DE AL-MARIYYA

REINO DE AL-MARIYYA
Somos lo que hacemos y esa será nuestra huella en la Historia. No dejes, hijo mío, que tus hijos ni los hijos de tus hijos, olviden nunca que hubo un momento de esplendor extraordinario en el que Almería fue un gran reino que abarcaba desde la Andalucía oriental hasta Valencia y de esta, pasando por Toledo, hasta la gran Córdoba del Califato. Y no se consiguió solo mediante el uso de las armas sino —y sobre todo—, a través de un conciliador abrazo eminentemente cultural.
El paisaje almeriensí, engrandecido en la batalla su horizonte de sucesos, se retrajo después cual corazón que busca su reflujo primigenio, girando hacia sí en una marcha atrás que la llevaba a sus esencias, a su núcleo montañoso de lagartos y de esparto compensando las solanas al abrigo de sus playas, depurando contenidos y alumbrando con mil luces a los mundos del entonces, transformándose en poesía de manos de Almotacín y llegando con sus versos a humanizar un Medievo balbuceante, perdido en una oscuridad barbarizada carente de palabras. Y entonces, oh prodigio: fue nombrada la alMariyya rutilante, bella hurí desmelenada de cintura cadenciosa que orgullosa paseaba su Diwan de mil poetas y que al mundo enamoraba con sus sedas, su comercio y su decir en la más bella poesía que el oído conociera, cual orfebre metafórico de un Parnaso almeriensí de factura singular que brotara de la magia de un versal espacio-tiempo plagado de moaxajas saltarinas y de jarchas.
No dejes, hijo mío, que tus hijos ni los hijos de tus hijos, olviden que hubo un tiempo en que Almería, cual gusano que abandona su capullo mutado en mariposa, alzó su vuelo entrando en la alMariyya andalusí de un ensueño milenario. ¡No dejes que lo olviden, hijo mío! ¡Nunca!

Antonio García Vargas

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