sábado, 27 de diciembre de 2014

ALMERÍA MILENARIA

ALMERÍA MILENARIA
“He pisado una tierra donde los guijarros son perlas,
la tierra almizcle y los jardines majestades”
—Versos de Ibn Hani al-Ilbirí, siglo X—

Dicen, Alcazaba, que tu vientre ha parido hasta diez criaturas. Eres una fortaleza en construcción, destrucción y reconstrucción permanente, desde tu alumbramiento hace más de mil años. Algo me hace pensar que fueron muchos más. El tiempo dirá.
Los árabes te llamaban al-Hisana y Calaa Jairán y los almerienses te nombraban por alcazaba, en su dialecto andaluz de entonces. Su terquedad hizo que tu nombre designara todas las fortalezas. ¡Tan terca como tú, que te rendiste a la Naturaleza, no al invasor! 
Cuenta la leyenda, que en la gruta bajo el castillo de San Telmo, semioculta por el agua del mar, se protegió Ulises de las sirenas. Hay siglos que emergen con nuevas luces silenciando incógnitas de pasadas contiendas. Me ha contado un geniecillo que el mismísimo Túbal, nieto de Noé, arribó a tus playas tras un naufragio y ante tamaña belleza decidió instalar aquí el primer asentamiento humano de la península. 
En tus costas, nació la antiquísima Cultura de Almería, que se inició en el neolítico final, a través de todo el eneolítico, y hasta el principio de la Edad del Bronce. Una evolución ininterrumpida, sobre todo en el sureste de España y en el Este, sur de Cataluña y Aragón, en una parte del valle del Ebro. Tú fuiste, Almería, según las modernas fuentes arqueológicas, la antepasada de los iberos y tu influencia cultural alcanzó a los vascos y el sur de Francia. Pero… dejemos la Historia para los historiadores.
Después, según el geniecillo, que no los historiadores, fue Osiris quien te visitó cuando perseguía al tirano Gerión y cuando Hércules luchó contra los hijos de éste, fue en tus playas donde preparó la estrategia para tan singular combate, dejándonos después, como primeros reyes, a Hispalo y posteriormente a Hespero.
Hoy, varios milenios después, llegan a tus costas los hijos modernos de aquellos que te engrandecieron de nuevo en el siglo X. Vienen vestidos de miseria, buscando cobijo en el trozo de hierba que plantó su padre, sin más equipaje que recuerdos desnudos, vidrios sin brillo en tierras de hambre, hileras de caminantes entre edificios hostiles, esperando heredar la espesa lluvia.
No caben lamentos, ni prolongar los soles en la recreación de la derrota antigua. ¿Bajo qué recóndito árbol enterrarán la piel? Se rebela el aire huyendo de ellos, y queda sólo la mancha desierta, protegida y al tiempo expuesta a las tormentas por la gula del cordero insaciable.

Antonio García Vargas
(del libro «Almería milenaria»)

lunes, 22 de diciembre de 2014

RENDICIÓN DE ALMERÍA EN 1489 CONTADA POR SUS PROTAGONISTAS

Escena de la rendición de Almería, Catedral de Toledo

Como todos los años por estas fechas, la ciudad se despierta, detenida, en un bucle del tiempo.
Y en ese bucle, abierto a la mirada, los actores principales escenifican, año tras año, su drama.

Pienso que la Historia ya está escrita, que no contada, el recuerdo no la acerca ni la aleja, ni siquiera la cambia o la protege; cuanto menos la avala. Nuestra historia está grabada en muros de hormigón petrificado, con letras de fuego fatuo: ¡letra de batalla! A veces es preciso contemplarla desde la lejanía, pensarse voz vencida, esa voz que en silencio, por siempre, fue acallada; esa voz que con signos y runas permite -aunque a oscuras-, simular el habla cotidiana, conformando un lenguaje ajeno, de corte surrealista. ¡Ah, vocecilla apenas musitada! Mas… dejemos que la cuenten sus actores.


ALMERÍA, CIUDAD SITIADA, DICIEMBRE DE 1489
Duerme inquieto el horizonte cubierto de guirnaldas amarillas. La piedra cobra vida, se lamenta añorando las últimas batallas. Suena el cuerno en la distancia y la garza se dispone al sacrificio. Almería es un embudo, la sierra de Alhamilla una amalgama. Salgo del pasado reciente, rebusco en el futuro, veo un habitáculo de colores matizados, que acoge el llanto del niño gaseado mientras Auschwitz, en un futuro proclamado, se engalana cantando a perros disfrazados. La Historia es una fuente inagotable de patrañas y verdades que escribe el vencedor de las contiendas, mas… en ella, en su trasfondo, está la historia para ser leída, interpretada o, con algo de paciencia, intuida, razonada.

Ah, hoy —del 22 al 26—, me siento “cosa” inerme. Noto que sobran dos hemisferios en mi mochila muda y quisiera compartirlos con el rocío que cubre las violetas enterrando sonrisas al pie de las estatuas. En este amorfo día —que derrumba ese cosmos que conocimos hasta ahora—, construiré para vosotros suspiros y murallas con un viaducto de mármol plagado de cerezas y destilaré horizontes a la sombra del pulgar. Ubicaré el epicentro en la córnea del búho y cercenaré las sombras congregadas para evitar contagios. Penetraré en el misterio del agua cristalina viajando en el tiempo a la dimensión benigna y engendraré un bosque sin límites ni costas. Seré montaña hueca cobijando vuestro cuerpo. Quebrantaré las leyes que rigen los universos y del delicioso légamo de robustos vientres, nacerán las bases de futuros archipiélagos. Regresaré al espacio donde reposan los pies del hermano, con sólo dos o tres frases como faroles danzantes. Ah, los niños desprendidos de mi retina son de metal y sus voces perturban el sueño del unicornio. No busco conflictos ni teorías de astrónomo, resbala mi lágrima tendiendo las manos, quiero sembrar en tus rodillas tulipanes blancos y sentar a tu mesa de lamentos mi lobo amarillo. Tal vez así la claridad ablande tu cutis de piedra y renazca la obediencia en el cristal oscuro. Soy, confieso, velamen neutro cubierto de rasguños, amiga del viento, del mar y de la cuna regia. Traigo compromisos en las yemas de mis muros que claman en la penumbra del frío cósmico. Sólo pido, antes de desaparecer en el espejo de la memoria, que no tiemble la mano que acaricia el otoño y que la novena estirpe proteja sus fronteras cuando el señor de la codicia suelte sus jaurías.

DON FERNANDO
Miro de nuevo hacia atrás, soy el eterno príncipe roto, consorte imaginado, encadenada  prosa de la Historia; yo soy el rey Fernando, unificador de la tela de araña. Alejo sombras de otras vidas presentes, pasadas, futuras, desatomizo el alma, recompongo el cuerpo y programo una mano que acopla en su interior la espada portadora de palabras. Hundo el magín en el olvido y planto lilas en la frente del dinosaurio para aliviar la sed de las pateras grabadas en el ojo del patético inmigrante. ¡Carpe diem, hermanos de la triste sonrisa, perdidos en la resaca de la mirada africana! No seré yo el que os tienda la mano en el presente pero bien que me gustaría hacerlo en el pasado. Ah, el bien más preciado es la vida aunque para algunos signifique un ensayo para la tortura. Cuesta mirar la luz habiendo tanta sombra, entorpece el vuelo de la grácil golondrina, el hombre dormido cruza la lluvia… un perro ciego sacude el paraguas en busca de alimento. ¡Voto a tal!, este sol insolente me está volviendo loco. Prosigo: Asomado a los silencios castellanos dibujados con carbón, perdido entre la bruma, el destino y la vorágine, degollando círculos que llevan a las colinas, vivo la muerte del río, soy agua que se sume en el lamento. Refugiado en la ribera vuelvo a los orígenes, nazco montaña sin voz y mis pies, aferrados al cieno del pasado, hunden sus raíces en los muros del inicio buscando a su Creador en la cercana hierba que jamás vislumbro. Solo sombras besan mis labios de tierra y nadie responde en la cumbre celeste.

DOÑA ISABEL
Los seres del abismo golpean inquietos los cerrados cajones de mi cerebro. Ya soy Isabel, reina toda, sin fisuras ni altibajos. Nadie, nunca, conseguirá tener un verso mío. Jamás revelaré en palabras lo oscuro de mi sangre, mis ansias, ni mi alma. Arrancaré jirones al tiempo vivido hasta que el Señor me lleve a hermanar mi nacimiento con el de mis ancestros. No buscaré el final que me tienen reservado los dioses aunque me sé heredera de la cábala. Ni, como decía Horacio, me dedicaré a investigar los cálculos de los astrólogos babilonios intentando imitar la ansiedad de los signos. No dejaré que el tiempo me quite tiempo ni responderé al guiño malicioso de los infiernos. Daré paso a la ensoñación primaria con que se amamantó mi pecho y cantaré al alba, pero a solas. Del tumultuoso caos que latiga el inconsciente, brotará un lienzo de conquistas sin sentido, entrelazando pendones y paisajes momentáneos con axabebas moriscas y jasjas deshilachadas, producto del pánico y la barbarie de los que soy devota. Mi bitácora íntima penetrará la remota estrella buscando a Ulises en la galaxia ignota de su soñada Itaca enmohecida. Del volcán rugiente de mis guerras externas extraeré los pétalos con que construiré la fecunda espada de la fantasía individual que me es negada y recrearé un jardín con la sonrisa antigua de mis estigmas, plantando con mis dedos inviolados lirios azules, con mi boca la rosa de los vientos, cubriendo de abejas el jazmín de mi pelo ruboroso y, por último, rociaré con dulces gotas de rocío mi labio, humedeciendo el sórdido talle donde está inscripta la brutal runa de mis otrora contenidas lágrimas.

EL ZAGAL
Ah, sino adverso. Me esquivas sin que pueda llamarme a engaño. Los hados y las musas se han volatilizado. La cigüeña ya no anida en el campanario donde plantó el profeta su plegaria primera. Llega un tiempo harto proclamado, las máscaras van cayendo, una tras otra, y aflora la realidad de la montaña de arena, yacente en el regazo de la mujer lapidada. El sol declina en vertical sobre el horizonte ajado y una lágrima de plomo derrite la escarcha golpeando las rocas de los acantilados. Queriendo escapar del inapelable destino, las cigarras acallan su canto nocturno y el silencio penetra en el laberinto del sueño. Seguimos dando bocados al sentido originario del verbo. Hoy, para salvar lo poco que resta de mi orgullo, rendiré mi alcazaba, mi honor, mi gloria y mi fama. Triste final me aguarda. Mejor, rescataré mi sueño: sí, me despierto en las fauces de un mundo de amapolas, donde el centauro ama dulces sirenas de pechos salados emergiendo de un bucle del tiempo pasado, entre grillos, saltamontes y canarios. Hay innumerables caricias, susurradas por árboles danzantes, que cantan a la imagen del lago de porcelana, gotas de agua persiguiendo al vidrio tibio en un estanque donde el tiempo acaba y recomienza, allá donde pernoctan los peces color armadura; mutantes que imitan lo procaz del aluminio. Ah, temo aproximarse a la orilla del libro de mis siempres y encontrarlo vacío, vilmente apuñalado por efímeros violines de abecedario.

YAHYA AL NAYAR
Soy el del manto regio, el almeriense andante. Yo soy Cidi al Nayar, infante de Almería, traidor para los míos, un héroe para el godo; un hombre que se busca tras un vórtice inconcreto sin terminar de hallarse. Ah, hoy cabalgué con un relámpago enmascarado, incorporando magia a mis requiebros. Mas no puedo contenerme, he descubierto la epidermis del oráculo junto a un viejo rapsoda que templaba su lira peinando la brisa del mar tenebroso. He orado como los griegos, erguido, he sido columna colosal que alcanza el firmamento, he borrado los ángulos, serenado la mirada y mi ensueño poético ha superado a la bestia; soy juglar de la propia inconsistencia que me ata y libera. Ya me sé destino y por tanto la muerte no aporta nada nuevo a mi pupila. Donde yo habito no hay negra tiniebla, ni blancas palomas, he echado los cerrojos de mi celda y si llega mi fin es porque ya no estoy atado a la ilusión de la vida pasajera. La muerte nada tiene que ver con los vivos ni con los muertos; en la terca metáfora del Destino del hombre, la figura recreada es él mismo. Carpe diem, me digo, el destino del hombre es vivir, la verdad es imaginaria, la imaginación verdadera, la alegría de vivir quita espacio a la destrucción socavando los templos de la intolerancia y marcando el sendero que reposa en el átomo que lleva a la cima en que atrapo a los vientos. ¡Carpe diem! —si te dejan.

GENTES DE ALMERÍA
Me refugio en las murallas de la asediada Almería y me hago centenario andalusí que implora; ya soy el miedo y la prudencia, el fragor de la lava que el volcán pasional me arroja, soy el vate de una tierra castigada que fue reina, que fue esclava y que, presiento, será ultrajada hasta los cimientos, sea por el peso de las armas, sea por razones inconfesables que a nuestra razón escapa. Miro las ácidas paredes encaladas, penetro su morada convirtiéndome en espejo que denuncia carencias y mariposas. Brilla el sol pero el frío sacude las baldosas invocando demonios y plegarias convalecientes, ¿persiguiendo —quizás— herejes a la luz de la luna? Veo cómo se desploma el halcón herido por la fábula, agitando sus alas, defendiéndose del tránsito cotidiano. Brota en su frente la sangre de la ofensa y el maltrecho cuerpo se diluye entre arenales, quedando un anillo de dorado reflejo flotando en los ladrillos del recuerdo. Llegará ¿llegará?, el día en que los buques copulen en el ancho delta del gran río y una vez discutidos, flagelados los efluvios, lamenten la oscuridad del viejo epistolario.

Hurgando en el presente presiento que ha llegado el crudo invierno. Encopetados gentilhombres discuten las medidas del acuerdo, muchos maravedíes ruedan de mano en mano, prebendas y ducados a mansalva, pueblos rindiendo sus plazas al paso de los reyes, ¿un mundo que se acaba? El Zagal por un lado, Isabel y Fernando por otro; el menú principal está en Granada, lo saben, todos, unos y otros están al tanto; un festín ya cocinado, listo para ser servido en apenas unas jornadas. Lo de menos es el pueblo, ni siquiera la tropa, los heridos, los muertos, el cansancio acumulado. La ciudad es una mancha blanca y parda, su importancia secundaria. Es política de altura donde el menesteroso nada cuenta, es comparsa, figura inacabada, presencia insoslayable mas inerme, convidado de piedra en la paz; figura de relieve y de fácil reemplazo en la guerra, en la batalla. ¿Es esta, señores, la gran tragicomedia de la vida? Pues… ¡Que siga, que no pare, que prosiga el espectáculo!

Se desvanece el efecto del maquillaje en la ciénaga, el aire se pierde en dirección al  desierto buscando la nieve que desprenden las alcobas. Un mirlo gorjea las sílabas de tu nombre picoteando la cabeza de vidrio de la dormida botella. La tarántula ensaya su ebria sonrisa macabra, constelando sin prisas el cambio climático y allá en lontananza un país enfermo agasaja a fantasmas ofrendando su savia; bestias condenadas a vagar hasta el alba en berbería, manipulados genes non gratos ocultos en el arca perdida, plantando pezuñas en la transparente tumba de los elefantes. ¿Está llegando el momento en que debemos utilizar la mecánica del amor para salvar sus símbolos? A veces noto que el verso se rebela, tiembla, gime, rehúsa hacerse prosa, escapa al zodíaco refugiándose al calor del seno de una zagala, allí ablanda el dolor en la carne transpirada, prefiere vivir encadenado al círculo doméstico recogiendo el latido de una primavera sin murallas, semiescondida en los tibios muslos de la inocencia aparente. Es la hora de ahuyentar a las termitas de plástico disfrazadas de tragaperras sónicas, de las torpes garras de una futura VI Flota. ¿Confiamos en la Providencia? Del estiércol brotan la azucena y la madreselva, un par de milenios más y gozaremos en la rueda luminosa.

Creo ver en el fondo de unos ojos y escucho ramas procedentes de bosques lejanos, ¿es el instante en que los niños silencian los hielos maternos? Un mar agitado escribe leyendas en la sangre y abruma a las aves con humaredas de estrellas. El chapoteo incesante de vientres desnudos ahoga los ecos pedestres, perforando los tímpanos secos de faunos agonizantes. El bramido apátrida sacude las telas metálicas enfrentando hermanos en un jardín de leones, sin más fundamento que un tenue escorzo de magnesio bruñido con odios circulares danzando en torno a la evanescente noria, allá en la alcazaba. Ah, tierra mía, pintaré para ti un cielo bañado de espejos, con tintes sutiles y pinceles de aire salino para no empañar tu piel de manzana. Modelaré este heredado fuego interno, de bucles imaginativos, a la sombra de un Cosmos constelado. Ojearé recuerdos vidriosos de cada fragmento de tiempo, enmarcando la luna con metáforas absortas, rozando el bacanal de lo superfluo. Musicalizaré, en susurros, los cándidos amores inventados, cincelando en el verso mil jarchas y moaxajas. Después, levitaré por la senda luminosa de la paradoja, allá donde jamás se agota el campo de lo posible, luchando contra el flagelo para encontrar al otro, al semejante, a ti, a mí; al Todo. Ay, amada, al fin, ¿será ya tarde?, he comprendido que todos los nombres de ayer, de hoy, de siempre, incluso el de esta fábula llamada Reconquista… ¡se llaman Esperanza!

Antonio García Vargas

viernes, 19 de diciembre de 2014

EL PALACIO DE ALMERÍA

EL PALACIO DE ALMERÍA
—Recreación en hexámetros de la Epístola de Muhammad Ibn Muslin—

Aprovechando la celebración del Milenio del Reino de Almería, rescato esta bella alegoría sobre nuestra ciudad. Data del siglo XI. Desde que la leí, hace años, supe que algún día, con tiempo,  pasaría a hexámetros dactílicos puros la entrañable epístola, escrita en prosa arrebatada, que Muhammad ibn Muslin, secretario en aquellas fechas del rey Alī ibn Muyahid, escribiera al rey de Mallorca cuando el rey de Denia ya había sido destronado, contándole un viaje que realizara el secretario por las Cortes de Almería, Granada y Sevilla, con una misión del rey Alí.
En el poema, reflejo solo la parte correspondiente a la impresión que le produjo a Muhammad su estancia en Almería magnificando la amigable acogida. Al final, expongo su epístola tal y cómo fue originalmente escrita y traducida.


MUHAMMAD IBN MUSLIN EN EL PALACIO DE ALMERÍA
Quiero contar lo que fue mi primera visita a al Mariyya,
dar mi impresión y sorpresa, cantar aquel magno espectáculo
para solaz de quien quiera leerlo y gozar de su encanto.
Tras travesía tan larga y harto azarosa llegamos.
Vimos su puerto de piedra y arena, sus montes y casas
entre el graznido del ave marina y olores de algas.
Era, de lejos, la joya que engarza el final de mi viaje
cual recompensa visual, recogida su arcilla, desnuda,
sobre la falda del monte, rendida y hermosa hurí
bajo la atenta mirada de su colosal alcazaba.
Era su sol deslumbrante, guardián que la vista quemara,
mas en sus brisas suaves notaba el calor del abrazo.
Luego llegamos andando a una preciosa mansión
de amplios contornos. Diríase al verla que estaba plantada
sobre las ascuas de ríos inmensos, allá derramada
entre los bosques de verdes palmeras que alegres crecían
junto a frutales y sobre las tierras que el delta del río
con el transcurso del tiempo, amoroso, había creado.
Bálsamo eran sus aires, su olor alejaba tristezas,
la sensación de placer aumentaba el deseo de vida.
Su singular claridad ensanchaba el tamaño del pecho
con su alojado latir, provocando emociones diversas
y entre los gráciles dedos de alguna deidad encantada
chorros de agua brotaban cual fuentes de néctar mezclándose,
fuesen jengibre o quizá manantial de aquel río edénico.
Vi arrayanes de verde topacio creciendo entre piedras,
árboles pura esmeralda, collares de oro en toronjas
y entre corales de mirtos fulgían mil perlas diversas.
En el palacio, ya dentro del magno Salón de los Reyes,
—gran edificio, pulidos cristales, ornado cual novia,
encrucijada del regio palacio, del lado del mar,
con el collar de avestruz, revestido de auroras, lumínico—,
nos inclinamos. Refieren algunos que dentro,  en su cúpula,
hay un firmamento, un cielo plagado de soles y estrellas.
Vimos, sentado, esperando en lugar preferente, al rey,
como flotando entre nubes, jinete en su atril, vigoroso.
Todos cumplimos con la obligación del respeto y saludo,
luego tomamos asiento en la mesa, dispuesto el almuerzo.
Nos rodearon con platos de oro y de plata, con fuentes
enriquecidas con vivos colores y bordes dorados
que parecían soñadas respuestas a humanos deseos.
Cuando después, satisfechos ya, nos levantamos, hicimos
las abluciones, trajeron brillantes jofainas de oro,
jarras de plata, incrustadas las perlas por dentro y por fuera.
Era, al lavarnos, el agua, un líquido espejo del mar,
como un cristal reluciente y su mezcla de olores y aromas
una sutil transición entre el tenue alcanfor y plegaria.
Cuando al salir del palacio y tras despedirnos del rey,
nuestra mirada abarcó la magnífica vista del puerto,
entre la mar imponente y la muda y perenne alcazaba,
el corazón se salía del pecho, ansiaba gritarte:
¡Ah, al Meriyya! ¡La Cora de Oriente por mí bien amada!
  
Antonio García Vargas
(Traslación del texto en prosa «Epístola de Muhammad ibn Muslin» a hexátros dactílicos)



EPÍSTOLA DE MUHAMMAD IBN MUSLIN
(traducción del original)

Hasta que llegamos a la mansión de amplios contornos, puesta sobre ascuas, derramadora de ríos. Su aire es claridad para la tristeza, aumento de vida; su luz es curación para la tristeza, ensanchamiento para el pecho. Es como si sus aguas emanasen de los dedos de su señor, se volviesen fuentes de néctar al mezclarse,
fuesen gengibre o fuesen el manantial del río del Paraíso; crecen arrayanes de topacio y abundantes árboles de esmeralda; se viste con collares de oro de las toronjas y de las perlas y el coral del mirto. Nos inclinamos ante [el salón] de la Corona, que es un edificio en la encrucijada del palacio por el lado del mar, pulido como el cristal revestido de la aurora luminosa, encollarado con el collar del avestruz, enjoyado como una novia. Hay quien dice que es la cúpula del firmamento y hay quien dice que es el cielo con las estrellas.
Vimos en su lugar preferente a su vigoroso rey como si se manifestase entre nubes; cumplimos con la obligación del saludo y tomamos asiento para comer; nos rodearon con platos de oro y plata, con fuentes que eran como las respuestas a todo tipo de deseos. Cuando estuvimos satisfechos, nos levantamos a hacer abluciones y   nos trajeron jofainas de oro y jarras incrustadas con perlas; nos lavamos con agua que era como cristal y su mezcla como alcanfor.