Foto de agv. Vista parcial desde las murallas de la Alcazaba de Almería
DESDE LA ALCAZABA, HOY (2ª PARTE)
Ah, si tuviera alas. Si yo
tuviera alas sin dudar sería aedo para cantar tu historia peregrina; o poeta,
sí, pues todo se hace nuevo a los ojos del poeta. Dice: ¡Tierra!, y los átomos
se agitan, se incorporan, transforman lienzo y lápiz dibujando
montañas o el rubor de la rosa. Y aparecen nenúfares de plata en el fértil
estanque de la idea, las aguas se remueven en su lecho, se engalanan; son
gnomos y azucenas, sus bocas diminutas muerden roca, liberan viejos versos
encantados que riegan las laderas de la vida y bajan rumorosas, cantarinas, a
su encuentro ancestral con sus ríos.
Si yo tuviera alas habitaríamos
cuerpos en la masa que cubre el alma, modelando diagramas en movimiento sobre
el remanso estanco, intercalando el eje diagonal del deseo con la suave curva
de atarazana. Pensaría la forma esférica del triste alegre canto del jilguero,
la línea de tus ojos en el horizonte, ese tacto sutil con que el deseo roza tu
seno de muralla, el incipiente beso blanco que núbil picotea tu labio y se
acerca, se adentra, haciéndose oleaje se acopla y es neutrino que se nutre del
iris de tus costas, desde dentro, asido al lado oscuro de tu eterna primavera.
Si yo tuviera alas te diría un
¡te amo, al-Mariyya! Y se haría liviano el aire cual cortejo de luciérnagas
silvestres adorando la flor inmaculada. Dibujaría una puerta de lluvia para que
el ojo inquieto penetrara esa huella del llanto tras el fino y delicado encaje
en la pestaña. Hacia la medianoche abriríamos la mágica cajita de madera donde
en secreto habitan nuestras caras verdaderas. Y entonces, del profundo abismo
de la sangre nacería la perfecta sincronía de algún primer poema suspirado,
sutil y transparente como el arco de tu entrada portuaria.
Si yo tuviera alas volaría a lo
más alto del mundo de la idea y pondría junto a la vieja Andrómeda tu dulce
pubis de abeja para dulcificar la órbita de estrellas alocadas. En la materia
oscura sembraría alegres cuentos cantos versos, con tildes caramelo y rimas
esmaltadas. Plantaría en un cuásar un árbol sin memoria, con hojas color malva,
zarcillos de hojalata y una rosa morada. Y al comenzar la noche, enlazadas las
almas, bordaríamos un tango espacial, un soneto anudado, un pequeño black holle
o una fuga de Bach .
Ah, si yo tuviera alas. La boca
estremecida aguardaba; todo labio habitaba en el temblor del labio. Luego murió
la noche, se hizo el día y nació la primera mañana junto a la rosa abierta a
flor de labio. Si yo tuviera alas me desgarraría sin prisas. Lentamente abriría
mi vientre plano. Me desvelaría en un cono reflejo y sería riachuelo que fluye
abandonando el yo aparente. Me miraría en el trasluz de aquel viejo madero
angostado al sol. Circunyacente, mi desollada piel alfombraría el suelo. Y
sería de nuevo yo tú él; tímida sombra permanente del ser que me habitó
circunferente.
Si tuviera alas te tomaría,
ciudad mía, alzaríamos el vuelo hasta lo ignoto, allá donde los cuerpos se
evaporan poseídos por su karma. Y romperíamos diques des-hojando el instinto primario, de pie,
sobre la nube danzarina, atizando el ascua instinto llama hasta caer rendidos
los humores. Y seríamos magma sudor tierra fornicando los suelos; dos cuervos
que se abaten, malolientes, magullados. Dos siluetas quemadas por la furia y la
rutina, que en lo efímero se hacen brisa arcano magia.
Si yo tuviera alas subiría a tu
espacio prohibido y sumido en lo eterno del beso, sin pronunciar palabra, te
diría: Ah, mi amor, huele tu cuerpo a carne doblegada y es mi cuerpo
universo que se expande. ¡Qué pequeño es el mundo! Se contiene apenas en
el ojo que mira cual la magia del beso adolescente. Es el mundo una sombra
discreta que te ampara cuando la mano es presa en otra mano y no se astilla
hasta alcanzar ilesos el misterio de la vida.
Si yo tuviera alas, ¡ay!, me
atrevería a gritar: ¡Yo soy el testimonio de que la tierra gira!, te caminé
debajo y conocí tu encima, soy desierto
secreto, arena que dialoga, estancia interrumpida, saber que no se sabe de la
materia magma, soy omega, soy alfa, soy el núcleo que exhala rugidos más allá del
postrer manifiesto que mi palabra calla.
Si yo tuviera alas jamás
regresaría al adiós. Detendría el momento aquél en que te dije: ¡no te amo,
amada!, ¿recuerdas? , justo aquél momento, solo aquel. Lo noté, hubo un pequeño
párpado que tiembla, un destello acuoso en el mirar, la voz que dolorida se
hace vana, un corazón parado en un no más. Mas sólo nos dijimos hasta luego,
nuestros cuerpos giraron cual reloj tomando direcciones contrapuestas en un
cobarde viaje hacia el adiós. Mas… no no, amor, no. ¡Jamás regresaría! ¡No!
agv
del libro «Almería milenaria»