domingo, 30 de marzo de 2014

DESDE LA ALCAZABA, HOY (2ª PARTE)

Foto de agv. Vista parcial desde las murallas de la Alcazaba de Almería

DESDE LA ALCAZABA, HOY (2ª PARTE)

Ah, si tuviera alas. Si yo tuviera alas sin dudar sería aedo para cantar tu historia peregrina; o poeta, sí, pues todo se hace nuevo a los ojos del poeta. Dice: ¡Tierra!, y los átomos se agitan, se incorporan,  transforman lienzo y lápiz dibujando montañas o el rubor de la rosa. Y aparecen nenúfares de plata en el fértil estanque de la idea, las aguas se remueven en su lecho, se engalanan; son gnomos y azucenas, sus bocas diminutas muerden roca, liberan viejos versos encantados que riegan las laderas de la vida y bajan rumorosas, cantarinas, a su encuentro ancestral con sus ríos.
Si yo tuviera alas habitaríamos cuerpos en la masa que cubre el alma, modelando diagramas en movimiento sobre el remanso estanco, intercalando el eje diagonal del deseo con la suave curva de atarazana. Pensaría la forma esférica del triste alegre canto del jilguero, la línea de tus ojos en el horizonte, ese tacto sutil con que el deseo roza tu seno de muralla, el incipiente beso blanco que núbil picotea tu labio y se acerca, se adentra, haciéndose oleaje se acopla y es neutrino que se nutre del iris de tus costas, desde dentro, asido al lado oscuro de tu eterna primavera.
Si yo tuviera alas te diría un ¡te amo, al-Mariyya! Y se haría liviano el aire cual cortejo de luciérnagas silvestres adorando la flor inmaculada. Dibujaría una puerta de lluvia para que el ojo inquieto penetrara esa huella del llanto tras el fino y delicado encaje en la pestaña. Hacia la medianoche abriríamos la mágica cajita de madera donde en secreto habitan nuestras caras verdaderas. Y entonces, del profundo abismo de la sangre nacería la perfecta sincronía de algún primer poema suspirado, sutil y transparente como el arco de tu entrada portuaria.
Si yo tuviera alas volaría a lo más alto del mundo de la idea y pondría junto a la vieja Andrómeda tu dulce pubis de abeja para dulcificar la órbita de estrellas alocadas. En la materia oscura sembraría alegres cuentos cantos versos, con tildes caramelo y rimas esmaltadas. Plantaría en un cuásar un árbol sin memoria, con hojas color malva, zarcillos de hojalata y una rosa morada. Y al comenzar la noche, enlazadas las almas, bordaríamos un tango espacial, un soneto anudado, un pequeño black holle o una fuga de Bach .
Ah, si yo tuviera alas. La boca estremecida aguardaba; todo labio habitaba en el temblor del labio. Luego murió la noche, se hizo el día y nació la primera mañana junto a la rosa abierta a flor de labio. Si yo tuviera alas me desgarraría sin prisas. Lentamente abriría mi vientre plano. Me desvelaría en un cono reflejo y sería riachuelo que fluye abandonando el yo aparente. Me miraría en el trasluz de aquel viejo madero angostado al sol. Circunyacente, mi desollada piel alfombraría el suelo. Y sería de nuevo yo tú él; tímida sombra permanente del ser que me habitó circunferente.
Si tuviera alas te tomaría, ciudad mía, alzaríamos el vuelo hasta lo ignoto, allá donde los cuerpos se evaporan poseídos por su karma. Y romperíamos diques  des-hojando el instinto primario, de pie, sobre la nube danzarina, atizando el ascua instinto llama hasta caer rendidos los humores. Y seríamos magma sudor tierra fornicando los suelos; dos cuervos que se abaten, malolientes, magullados. Dos siluetas quemadas por la furia y la rutina, que en lo efímero se hacen brisa arcano magia.
Si yo tuviera alas subiría a tu espacio prohibido y sumido en lo eterno del beso, sin pronunciar palabra, te diría: Ah, mi amor, huele tu cuerpo a carne doblegada y es mi cuerpo universo  que se expande. ¡Qué pequeño es el mundo! Se contiene apenas en el ojo que mira cual la magia del beso adolescente. Es el mundo una sombra discreta que te ampara cuando la mano es presa en otra mano y no se astilla hasta alcanzar ilesos el misterio de la vida.
Si yo tuviera alas, ¡ay!, me atrevería a gritar: ¡Yo soy el testimonio de que la tierra gira!, te caminé debajo y conocí tu encima, soy desierto secreto, arena que dialoga, estancia interrumpida, saber que no se sabe de la materia magma, soy omega, soy alfa, soy el núcleo que exhala rugidos más allá del postrer manifiesto que mi palabra calla.
Si yo tuviera alas jamás regresaría al adiós. Detendría el momento aquél en que te dije: ¡no te amo, amada!, ¿recuerdas? , justo aquél momento, solo aquel. Lo noté, hubo un pequeño párpado que tiembla, un destello acuoso en el mirar, la voz que dolorida se hace vana, un corazón parado en un no más. Mas sólo nos dijimos hasta luego, nuestros cuerpos giraron cual reloj tomando direcciones contrapuestas en un cobarde viaje hacia el adiós. Mas… no no, amor, no. ¡Jamás regresaría! ¡No!

agv
del libro «Almería milenaria»


miércoles, 26 de marzo de 2014

DESDE LA ALCAZABA, HOY

DESDE LA ALCAZABA, HOY
 —Inicio del libro «Almería milenaria»—

En las doce primeras páginas, la propia Alcazaba expresa su sentir desde tres ángulos o momentos vitales:
1- «Desde la alcazaba, hoy», 
2- «Desde la alcazaba, ayer» 
3- «Desde la alcazaba, siempre»
.
Este es un fragmento del primero de ellos:

A veces, ciudad mía, veo en tus ojos una mirada antigua, desnuda. Otras, veo la pared tras la que te proteges.
A veces, sí, el instante se detiene, se agita, se estremece, entonces brota un tiempo pasado, cual bucle que te acecha. La luz de ayer te enfoca de nuevo, te busca en el inicio de las eras, te centra, te sitúa, indaga en lo recóndito, extrae, conjetura, descifra enigmas, rompe el viejo sello, te penetra por puertas entreabiertas jamás del todo cerradas, te insta, estimula, y te exige, tomar la temblorosa mano yerta que otrora hizo temblar tu mano.
Sientes que el pecho se abre, que el seco dedo frío del espectro apunta hasta tu centro adormecido. Y luchas, te rebelas, te proteges, te enrocas y rechazas la mirada que hurga en tu mirada, buscando en el ayer de tu memoria el miedo amurallado de tus ansias.
Ah, me pienso arena tibia del desierto. Fui, fuimos, hermosa fotografía del momento, rendida al paso del tiempo y a los elementos.
Mi ojo, sincronizado con la magia del instante, grabó en ágavas la imagen del amor, preservándola de perros y desvencijados peldaños de sal gorda.
Tú no lo sabías entonces. Creíste en un éxtasis eterno alejado de la verdad del hexagrama mas todo evoluciona, incluso lo aparentemente inerte. No existe el azar sino como consecuencia de algo.
Intuimos el lamento de la gota pero sólo oímos el grito, fragor, estruendo, de la inmensa ola. Los actos hermosos o simplemente rutinarios, igual que la palabra, mal usados, pueden modificar, incluso quebrar, aquello que tocan o nombran.
El mundo que vemos instante a instante, es como un mínimo haiku que apenas recoge un lapso de realidad única y esplendente que nunca más será reproducido.
Nada ocurre porque si, ciudad querida, en la voluble noria de la vida. A veces… ni siquiera ocurre.

agv