REINOS DE TAIFAS
Razones de su derrumbamiento
En la España musulmana se habla de
"particularismo" local y racial; de las dificultades de una geografía
montañosa que aislaba y favorecía que cada región tendiese a ser una unidad
independiente. Los gobernantes locales ejercían el poder efectivo y sólo en las
épocas en que el poder central fue realmente fuerte, se pudo mantener a raya a
los gobernadores locales que, como se ha visto, estaban casi perennemente
sublevados. También la variedad de razas fomentó los problemas, en especial, a
partir del siglo X. En este siglo llegaron, en gran número, esclavos del norte
y este de Europa, eran los llamados eslavos, comprados, la mayor parte, como
soldados pero que alcanzaron grandes cotas de poder y de influencia. Además,
Almanzor, para afianzar su ascenso al poder, trajo de África a contingentes
beréberes, que tenían poco que ver con los asentados, desde hacía muchos años,
en territorio hispano.
Hay quien apunta que el carácter de las gentes musulmanas
españolas había cambiado. Abd al-Rahman III había aumentado mucho la riqueza de
al-Andalus en general, y es posible que la mayor parte de la población hubiese
adoptado un sentido de vida hedonista, materialista, alejado de la idea del
sacrificio que suponía mantener la unidad, y alejado del espíritu combativo y
guerrero que les permitió hacerse con toda la Península.
Estos y tal vez otros muchos
factores pudieron ser la causa del desmembramiento del califato, de la unidad
de al-Andalus, pero lo cierto es que, a partir de 1031, perdido el control de
la situación por el gobierno central, los jefes locales y otros dirigentes, se
vieron, casi en la obligación de hacerse cargo del poder. En las Marcas la
desintegración fue menor, puesto que sus jefes militares tenían un considerable
poder. Las Tres Marcas: inferior, media y superior, se mantuvieron como
unidades políticas, y sus respectivas capitales continuaron siendo, Badajoz,
Toledo y Zaragoza. Pero en el resto de al-Andalus, la situación era totalmente
distinta.
En la primera mitad del siglo XI se crearon treinta pequeñas unidades
políticas independientes, algunas de las cuales lo fueron por poco tiempo.
Habían nacido los reinos de taifas, que vivieron sumidos en las intrigas,
interiores y exteriores, así como en luchas entre ellos por alcanzar cierta
hegemonía, cuando no se enzarzaban entre los miembros de la propia familia
gobernante, donde nadie se fiaba de nadie y donde el poder seguía siendo un
bien codiciado.
La palabra árabe TAIFA, designa la facción, la bandería o el
grupo. En este caso estas "banderías" eran los tres grandes grupos
étnicos: los beréberes, los eslavos y los andalusíes. En estos últimos se
englobaban todos los musulmanes, fuesen árabes o conversos muladíes españoles.
En cada región, una de estas taifas solía ser la predominante, y atendía más a
su provecho personal que al interés del pueblo gobernado, con lo que la falta
de unidad afectaba, también, a estos reinos.
Los beréberes controlaban la costa desde el Guadalquivir hasta
Granada. Los hummudíes, que habían gobernado en Córdoba, antes de la caída del
califato, fue su dinastía más importante y reinó sobre Málaga y Algeciras hasta
mediados de siglo. La dinastía Ziri en Granada, se hizo con Málaga y la
incorporó a sus dominios. Las pequeñas ciudades comprendidas entre Algeciras y
el Guadalquivir quedaron sometidas a Sevilla, también Algeciras. Los
eslavos no crearon dinastías, se dirigieron hacia el este, llegando a
conquistar el poder en ciudades tales como Almería, Valencia y Tortosa.
Córdoba, tras la abolición del califato, fue gobernada por Abu-l-Hazm ben Chahwar, su hijo y su nieto, hasta que pasó a
depender de Sevilla, tras un breve periodo en el que perteneció a Toledo.
La desintegración de al-Andalus ofreció a los cristianos del
Norte, la gran oportunidad que estaban esperando. De vasallos y tributarios pasaron
a ser ellos los que impusieron sus condiciones. Casi todos los reinos de taifas
tuvieron que tributar a los reyes cristianos, empezando por las Marcas. Alfonso
VI de León y Castilla, logrará imponer un tributo, bastante considerable, a la
más fuerte de las taifas, Sevilla, y a la más débil de las Marcas, Toledo, que se
rindió ante Alfonso en 1085. Fue un hito importante en la Reconquista y la revoltosa ciudad ya no volvió a manos musulmanas.
A lo largo del siglo XI comenzó
a hacerse cada vez más claro que los dominios rurales de la aristocracia
cristiana eran capaces de proveer de mejores guerreros que los ejércitos que
podían pagar las abundantes rentas y tributos que controlaba la aristocracia
urbana andalusí. Un poeta que narraba un desastre militar sufrido en las
inmediaciones de Valencia ponía el dedo en la llaga al señalar que los
cristianos "se habían puesto las cotas de malla de hierro, mientras que
vosotros vestíais túnicas de seda a cual más bella".
Conscientes de su carencia militar, los reyes de taifas recurrieron a un
expediente eficaz: compraron con dinero la paz con los señores del norte. Las
cifras de estos pagos, conocidas como parias, hablan por sí solas: hasta mil o
dos mil monedas de oro (dinares) mensuales eran pagadas por algunos reyes no
sólo para evitar las expediciones de saqueo, sino también para contar con la
protección de los ejércitos cristianos contra los mil y un enemigos que
acechaban a cada monarca.
Este hecho pronto se convirtió en piedra de
escándalo. Algunos devotos alfaquíes musulmanes, los doctores de la ley, acusaban a los reyes de taifas de amasar riquezas en beneficio propio y de sus
amigos infieles imponiendo a la población tributos ilegales, contrarios a la
ley islámica. En tiempos de la dinastía de los Omeyas, todo el mundo sabía por
qué gobernaban los califas: eran los representantes de Dios sobre la tierra,
pertenecían a la estirpe de Quraysh —la misma que había alumbrado al Profeta—-
y estaban encargados de hacer respetar un legado y una tradición que
constituían la esencia del credo religioso de la comunidad musulmana... pero
llegado a este punto el pueblo se preguntaba en qué calidad gobernaban los
reyes de taifas.